domingo, 7 de febrero de 2016

Hoy os quiero contar el valor de la generosidad

Me encontraba en el interior del autocar, junto a mi mujer, a punto de regresar al Hotel después de una jornada realmente ilustrativa en plena naturaleza. Justamente estábamos observando una de aquellas imágenes que jamás puedes olvidar; en el interior de un barreño dos bebes con el cabello rizado disfrutaban de un baño, golpeando el agua con las manos, mostrando una clara imagen de felicidad mientras su madre frotaba la cabeza a uno de ellos. Estabamos embobados observando aquella imagen, interiorizando todos los privilegios que no valoramos, cuando de repente alguien golpeaba el cristal de la puerta delantera del autocar y gritaba enfurecido con el claro propósito de impedir que avanzáramos.

No podía comprender aquella escena, sorprendido al descubrir que quien golpeaba el autocar era un muchacho de no más de diez años que me había acompañado durante todo el día y que había destacado principalmente por su carácter agradable, simpático y tranquilo. Él y su hermana de aproximadamente la mitad de edad,  nos habían guiado de la mano por plena selva, serpenteando un sendero realmente dificultoso hasta descubrir un salto de agua en un entorno paradisiaco donde nos dimos un baño disfrutando de aquellos privilegios que están  ahí y a veces nos cuesta tanto encontrar.
Recuerdo especialmente sus pies descalzos sin que ello provocara ninguna dificultad para caminar y correr sobre las piedras o sobre el terreno resbaladizo.
Justo al regresar a la aldea y al despedirme, yo le había dado el picnic del hotel y una camiseta a su hermana pequeña, era lo que llevaba encima en aquel momento y él se había mostrado especialmente atento y feliz, tanto durante la excursión como al despedirnos.
No entendía que le sucedía, pensé que quizás quería algo que yo le pudiera ofrecer, pero de entraba me desconcertaba.
Fui rápidamente hasta el conductor y le dije que abriera la puerta, que era amigo mío, la verdad es que después de horas caminando se había establecido un vínculo que con otras personas no se produce durante años, y me preocupaba principalmente haber ofendido a aquel muchacho.
Al abrir la puerta del autocar, quedé gratamente sorprendido y no pude aguantar las lágrimas de emoción cuando descubrí lo que pretendía;
agradecido por el regalo que yo le había hecho minutos antes,  me entregaba una gran cesta de fruta. Aquel muchacho, no tenia zapatos, nunca había ido a la escuela, pero estaba agradecido, quería corresponderme y hacerme un regalo.

Pude comprar algunos souvenirs en aquel viaje, pero como de costumbre, lo mejor que me traje fue un aprendizaje, un pasito más para formarme como persona.

No olvidaré jamás lo que aprendí de aquel muchacho, su generosidad desinteresada, su más sincero agradecimiento,  sabiendo que jamás me volvería a ver, claramente sin esperar nada a cambio.
Desde entonces he seguido comprando souvenirs inútiles y trayéndome a casa experiencias y aprendizajes de mucho valor.

Pero también he seguido caminado otras muchas veces, he tenido la suerte de encontrarme en el camino con nuevas personas cargadas de valores, incluso he llegado a sentir esa fuerte conexión inexplicable, esas ganas de permanecer allí, de agradecer eternamente haberlas encontrado, he vuelto a emocionarme y las he visto alejarse hasta desaparecer, pero aún así he seguido aprendiendo, sigo regalándoles lo mejor que tengo, mi más sincera amistad, aún sabiendo que posiblemente no nos volveremos a cruzar.

1 comentario:

  1. Recuerdo perfectamente cuando regresaste de ese viaje y esta anécdota fue lo primero que me contastes, sin lugar a dudas en nuestra cultura nos cuesta comprender que quien carece de lo nosotros consideramos básico, es capaz de desprenderse de lo poco que tienen para demostrar su agradecimiento

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